Recuerdo de cuando era pequeño el concepto de «casa». No importa la perrada que otro zagal quisiera hacerte, que con tal de tocar algo y decir «eh, ¡esto es casa!», no le quedaba más remedio que cejar en su malévolo empeño y esperar pacientemente a que uno abandonara la seguridad. No sé si en todas partes se dirá igual, pero con un nombre u otro seguro que el concepto existe en cualquier pandilla de mocosos.
Pues bien, una de las primeras cosas que se nos explican cuando aprendemos las bases de seguridad vial que nos permitirán desenvolvernos en el mundo adulto es que la acera es casa. Y, como en el juego, si nos alejamos de ella, nos arriesgamos a que nos pillen. Aunque si lo que nos pilla es un coche, perdemos algo bastante peor que una partida al pilla-pilla.
Sin embargo, siempre hay quien se salta las normas. Recuerdo más de una ocasión en que, estando abrazado al árbol que marcaba la casa, un pillastre me asió fuertemente la camiseta gritando «tú la llevas». Las discusiones consecuentes, con argumentos tan de peso como «te he tocado una milésima antes de que llegaras a la casa», solían decidirse con el democrático método de «gana el primero que haga sangre al otro».
Ese es, más o menos, el mismo método que puede utilizarse para dirimir quien gana cuando es un vehículo el que se salta la norma de «la acera es casa». Sin embargo, como la mayoría de ocasiones en el colegio, la pelea dista de ser justa.
La lista de casos típicos es interminable. Muchos podéis pensar en los ciclistas urbanos. Concepto relativamente moderno en nuestras ciudades, que si bien por un lado son un canto de esperanza al futuro de nuestro planeta; por el otro, siguiendo la metáfora colegial, (algunos) son como los chicos marginados en su clase que se ceban en alumnos de cursos inferiores para desahogarse.
Pero yo quería centrarme en otro caso, donde los peatones están (estamos) aún en más desventaja. Concretamente, me refiero a la salida de aparcamientos y garajes.
En estos lugares suelen concurrir dos factores arquitectónicos que los convierten en realmente peligrosos. En primer lugar, normalmente las salidas son tan angostas que el conductor no tiene visibilidad sobre el mundo exterior hasta que él mismo se asoma por la salida. Y, debido a que la mayoría de vehículos a motor tienen un morro más bien generoso, si el conductor asoma por la salida, la carrocería ya está invadiendo gran parte de la acera.
En segundo lugar, muchas de estas salidas están detrás de una pronunciada cuesta. Especialmente en aparcamientos o garajes colectivos de las comunidades de vecinos. La mayoría de nosotros afrontamos tamaña pendiente con un fuerte acelerón, de forma que la inercia nos ayude a vencer la gravedad (dos leyes fundamentales de la Física enfrentadas, cual luchadoras en el barro, debo admitir que la imagen me pone).
Aunque útil para superar el desnivel, ese ímpetu puede ser harto peligroso a la hora de irrumpir a la parte de la vía pública reservada para los peatones. Especialmente, combinada con la dificultad para atisbar las zonas de la acera que no estén directamente en frente de la puerta.
Debo decir que, por lo general, a nadie se le ocurre pasar por una acera a la carrera. Todo el mundo sabe que debe parar para mirar. O, cuanto menos, reducir. No obstante, la combinación de los factores anteriores con la sempiterna dejadez para con los detalles suele causar que la detención no se haga en el lugar más seguro.
Si en semáforos y stops, por lo general, somos bastante pocos disciplinados a la hora de detenernos en el sitio correcto, y eso que hay unas gruesas líneas blancas que indican claramente la posición ideal… ¿cómo vamos a pararnos justo antes de salir de un garaje si ni siquiera hay esa línea? Al menos, normalmente no está.
Huelga decir lo que debería ser el sentido común para todos. Ante la imposibilidad de ver hasta invadir la acera, la única opción compatible con la seguridad de los peatones es realizar la invasión necesaria, y sólo la necesaria, a paso de tortuga. Tan lento que, de aparecer sin avisar, el golpe que se llevaría la más frágil de las abuelas no le ocasionaría ningún daño, ni le haría perder el equilibrio.
Sin duda, imaginar que nuestra abuela está en la acera que estamos a punto de importunar es una buena táctica. O, en caso de tener retoños, podemos imaginar que están jugando en las cercanías, y que en cualquier momento pueden aparecer corriendo detrás de una pelota. Porque si tu hijo está jugando al lado de tu garaje, ¿verdad que no saldrías tan a lo bestia?
Pues bien, una de las primeras cosas que se nos explican cuando aprendemos las bases de seguridad vial que nos permitirán desenvolvernos en el mundo adulto es que la acera es casa. Y, como en el juego, si nos alejamos de ella, nos arriesgamos a que nos pillen. Aunque si lo que nos pilla es un coche, perdemos algo bastante peor que una partida al pilla-pilla.
Sin embargo, siempre hay quien se salta las normas. Recuerdo más de una ocasión en que, estando abrazado al árbol que marcaba la casa, un pillastre me asió fuertemente la camiseta gritando «tú la llevas». Las discusiones consecuentes, con argumentos tan de peso como «te he tocado una milésima antes de que llegaras a la casa», solían decidirse con el democrático método de «gana el primero que haga sangre al otro».
Ese es, más o menos, el mismo método que puede utilizarse para dirimir quien gana cuando es un vehículo el que se salta la norma de «la acera es casa». Sin embargo, como la mayoría de ocasiones en el colegio, la pelea dista de ser justa.
La lista de casos típicos es interminable. Muchos podéis pensar en los ciclistas urbanos. Concepto relativamente moderno en nuestras ciudades, que si bien por un lado son un canto de esperanza al futuro de nuestro planeta; por el otro, siguiendo la metáfora colegial, (algunos) son como los chicos marginados en su clase que se ceban en alumnos de cursos inferiores para desahogarse.
Pero yo quería centrarme en otro caso, donde los peatones están (estamos) aún en más desventaja. Concretamente, me refiero a la salida de aparcamientos y garajes.
En estos lugares suelen concurrir dos factores arquitectónicos que los convierten en realmente peligrosos. En primer lugar, normalmente las salidas son tan angostas que el conductor no tiene visibilidad sobre el mundo exterior hasta que él mismo se asoma por la salida. Y, debido a que la mayoría de vehículos a motor tienen un morro más bien generoso, si el conductor asoma por la salida, la carrocería ya está invadiendo gran parte de la acera.
En segundo lugar, muchas de estas salidas están detrás de una pronunciada cuesta. Especialmente en aparcamientos o garajes colectivos de las comunidades de vecinos. La mayoría de nosotros afrontamos tamaña pendiente con un fuerte acelerón, de forma que la inercia nos ayude a vencer la gravedad (dos leyes fundamentales de la Física enfrentadas, cual luchadoras en el barro, debo admitir que la imagen me pone).
Aunque útil para superar el desnivel, ese ímpetu puede ser harto peligroso a la hora de irrumpir a la parte de la vía pública reservada para los peatones. Especialmente, combinada con la dificultad para atisbar las zonas de la acera que no estén directamente en frente de la puerta.
Debo decir que, por lo general, a nadie se le ocurre pasar por una acera a la carrera. Todo el mundo sabe que debe parar para mirar. O, cuanto menos, reducir. No obstante, la combinación de los factores anteriores con la sempiterna dejadez para con los detalles suele causar que la detención no se haga en el lugar más seguro.
Si en semáforos y stops, por lo general, somos bastante pocos disciplinados a la hora de detenernos en el sitio correcto, y eso que hay unas gruesas líneas blancas que indican claramente la posición ideal… ¿cómo vamos a pararnos justo antes de salir de un garaje si ni siquiera hay esa línea? Al menos, normalmente no está.
Huelga decir lo que debería ser el sentido común para todos. Ante la imposibilidad de ver hasta invadir la acera, la única opción compatible con la seguridad de los peatones es realizar la invasión necesaria, y sólo la necesaria, a paso de tortuga. Tan lento que, de aparecer sin avisar, el golpe que se llevaría la más frágil de las abuelas no le ocasionaría ningún daño, ni le haría perder el equilibrio.
Sin duda, imaginar que nuestra abuela está en la acera que estamos a punto de importunar es una buena táctica. O, en caso de tener retoños, podemos imaginar que están jugando en las cercanías, y que en cualquier momento pueden aparecer corriendo detrás de una pelota. Porque si tu hijo está jugando al lado de tu garaje, ¿verdad que no saldrías tan a lo bestia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario