Y en este caso no me refiero a si llevamos en el coche unos neumáticos como los Michelin Primacy 3 de los que nos hablaba ayer Esteban, sino de algo mucho más sencillo que todo eso, y que tiene que ver con la capacidad que tenemos todos, pero todos, de prever algo que es más que previsible, sobre todo en esta época del año: las lluvias torrenciales, esas que caen sin decir ni hola, mojan lo que les da la gana y acaban como empezaron: de repente.
“El clima mediterráneo se caracteriza por tener inviernos tibios, veranos tórridos y primaveras y otoños torrenciales”, rezaba la máxima con que se enseñaban las estaciones a los niños de hace unos cuantos años. Hoy la frontera se ha diluido, y en pleno 1 de noviembre vamos en bañador, con chanclas y anorak, por si acaso, pero hay algo que creo que no ha cambiado en todos estos años: en los primeros días de lluvias, aumenta la siniestralidad vial.
Que no nos extrañe. Estamos habituados a funcionar en seco, y cuando caen cuatro gotas, la ciudad entera se colapsa. Quizá eso no le ocurra al lector que me dedica unos minutos desde el Noroeste de la Península Ibérica o desde Madrid, donde no hay playa pero sí mucha agua al año, pero desde luego en gran parte de nuestra geografía las cosas están pensadas para el secano, y cuando llueve… se lía.
La foto con que ilustro esta entrada la he tomado hace escasamente media hora en plena calle. Los chicos del supermercado habían dispuesto una rampa para salvar el escalón con los combis (los carros que emplean para el transporte y acopio de mercancías). Como se ve en la imagen, es una rampa fabricada en metal muy tosco. Resbala con sólo mirarla.
Comienza a llover de forma salvaje. No me pilla desprevenido porque llevo dos días escuchando que nos va a cruzar una enorme borrasca que tiene el tamaño de Portugal, España y Francia juntas. Pero a los que estaban de reparto y a los muchachos del súper sí que les ha pillado. Vamos, como que han corrido a refugiarse en el voladizo del camión y en la entrada de la zona de descarga del establecimiento, dejándolo todo como estaba antes de caer las primeras gotas. Como si lloviera ácido clorhídrico, vamos.
Y el que se encuentre con la sorpresa en medio de la acera ya se las ingeniará para pasar por donde sea, que aunque en la foto no se aprecie la parte de la calzada que toca con el bordillo se parece más a un canal de Venecia que a una calle de la provincia de Barcelona.
No elevo la anécdota a la categoría de noticia, pero sí que utilizo la anécdota para reflejar la mala costumbre que nos lleva a pensar que lo normal es que no llueva... y si llueve ya veremos, como quien deja en manos del azar un fenómeno que por impersonal a veces se confunde con impredecible.
La lluvia es un fenómeno más que habitual en nuestro país, y sin embargo da lugar a reacciones insólitas, tanto cuando vamos caminando y tropezamos con decenas de paraguas mal gestionados como cuando nos vemos dentro del coche en mitad de un colapso de tráfico que muchas veces comienza con un efecto acordeón por causa de un conductor que no sabe si acelerar o frenar y por causa también de unos conductores que no conocen la importancia de las distancias de seguridad. Y si llueve… ya veremos.
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