Ciertamente, el 90% de los estímulos que percibe un conductor son de tipo visual. El movimiento de los vehículos, su posición en la vía, el peatón que cruza la calzada… Todos esos estímulos entran en los ojos del conductor y llegan al cerebro para que este razone una respuesta adecuada y envíe a los músculos unas órdenes de reacción correctas que además deben ejecutarse en un tiempo mínimo. Por eso resulta básico que nuestra observación esté bien educada para que el resto de la cadena funcione.
La importancia del barrido visual
Nuestro entorno varía a gran velocidad. Por eso, nuestra mirada tiene que escudriñar todos los rincones de la vía. Dicho de forma breve, “tenemos que verlo todo”. Sin embargo, para hacerlo debemos ser ordenados y meticulosos. De lo contrario, nos saturaremos y nuestro cerebro no comprenderá el aluvión de informaciones que le llegará a través de los ojos. Es decir, la idea es que, sí, debemos verlo todo, pero sin agobiarnos. Para conseguirlo, nuestra herramienta será el barrido visual.Barrer con la mirada significa realizar un movimiento casi constante con los ojos para, de forma parecida a como hace una escoba cuando la pasamos por el suelo, capturar visualmente todo lo que hay en la vía. Dependiendo de la vía en que nos encontremos, nuestro barrido se realizará de una u otra forma.
En carretera, donde normalmente las distancias son largas y la velocidad mayor, nuestro barrido visual debería ser longitudinal. Es decir, debemos intentar llegar con la mirada hasta lo más lejos que podamos, si puede ser hasta el lugar en que estaremos dentro de los 20 segundos siguientes, y luego barrer con la mirada hasta donde estamos nosotros para luego volver a mirar a lo lejos. En ese barrido visual podremos ir percibiendo todos los elementos que nos rodean, incluidas las señales y el resto de usuarios de la vía.
En ciudad, donde la velocidad de marcha es menor que en carretera, nuestro barrido visual se acortará sensiblemente y se ensanchará a modo de barrido transversal para no descuidar los posibles peligros característicos de este tipo de vías: peatones que saltan a la calzada y vehículos que irrumpen de repente, básicamente. Haremos por tanto un barrido transversal, pero con una profundidad de campo visual suficiente como para detectar a tiempo la señalización y cualquier imprevisto que se pueda dar, lo que en ciudad es más que habitual debido a la mayor actividad del tráfico.
Nuestro mundo no es sólo lo que queda por delante de nuestro vehículo. Somos seres tridimensionales en un mundo tridimensional. Por eso, nuestra mirada al frente debe alternarse con vistazos a nuestros lados y hacia la parte posterior del vehículo, de modo que dominemos en todo momento tanto lo que hay por delante como lo que tenemos por los lados y por detrás. Dicho de otra forma, la posición de “vista al frente” está muy bien para los soldados de Infantería (supongo), pero para el conductor es un sinónimo de observación inadecuada.
Hay que tener en cuenta que cuanto mayor es la velocidad a la que nos desplazamos, más se estrecha nuestro campo visual. Eso es así por biología, y lo único que podemos hacer para mitigar este problema es ejercitar nuestra visión periférica para ampliar ese campo visual o, lo que resulta más sencillo y frecuente, mover la cabeza para ver de forma adecuada en todo momento. De hecho, nuestra observación debe ser tan activa que no lleguemos apenas a sectorizar nuestros puntos de enfoque, sino que el barrido lo realicemos dentro de una visión global. De lo contrario, podemos perdernos detalles importantes mientras estamos observando cosas que quizá no lo sean tanto. ¿Cómo se consigue esto? En tres palabras: Agilizando la mirada.
Por otra parte, el uso de los retrovisores resulta básico para dominar nuestro entorno. La observación a través de los retrovisores debe ser breve pero frecuente. Es decir, el retrovisor se mira muchas veces pero siempre a vistazos: Nos interesa saber quién nos sigue y a qué distancia, pero no cuántas caries tiene en cada premolar.
¿Y qué significa “muchas veces”? Depende. En una calle o en una carretera saturada, habría que mirar los retrovisores cada dos por tres, es decir, cada 6 segundos, para tener las cosas algo controladas. En una carretera despejada o en una autopista, donde se supone que el tráfico es menos denso, quizá con mirar atrás cada 10 segundos deberíamos ir servidos, aunque si intuimos que la situación del tráfico es complicada, será mejor estar más informados de todo lo que acontece a nuestro alrededor.
Que no lo veas no significa que no esté ahí
Y todo eso, sin olvidar que existen los denominados ángulos muertos, de los que hemos hablado en algunas ocasiones. En cualquier caso, resulta imprescindible recordar que no siempre lo que vemos es lo que hay, sino que a veces puede haber ahí alguien a quien no teníamos controlado. Y entonces viene cuando de repente ese alguien nos pita enérgicamente sin que siquiera sepamos de dónde viene ese ruido. Del consiguiente susto deberemos extraer dos conclusiones: La primera, que aunque creamos que no hay nadie, eso no significa que no haya nadie. La segunda, que deberíamos pensar en mejorar nuestra capacidad de observación.Finalmente, debemos tener en cuenta que, de todo lo que observamos, habrá cosas que nos interesarán más como conductores y otras que podremos descartar. Al final, la observación nos debe permitir obtener una información válida para llevar a cabo una conducción preventiva. Si no es así, si simplemente nos dedicamos a ver y no a observar y entender cuanto nos rodea, será como si no hiciésemos nada.
En la próxima entrega de este monográfico daremos un paso más hacia la conducción preventiva y comprenderemos la importancia de la anticipación como pieza esencial de la seguridad vial.
Foto | sergis blog, Morrillu, Josep Camós
Animación | Josep Camós
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